martes, 2 de junio de 2009

Tachuelas

Basada en una idea nacida en una caminata por la ciudad con mi amigo, el autor.

Lo último que toma Silvia antes de salir es el tarrito con las tachuelas, un tarrito negro un poco más grande que el de un rollo de fotografía, ¿se acuerdan?, que Silvia mantiene lleno de tachuelas para arrojarles a los aborrecidos carros que recorren todos los rincones de la ciudad, y que siempre está sobre el murito de la salida al lado de la puerta. Casi nunca se olvida y para cuando eso pasa, Silvia guarda entre los bolsillos de todas sus chaquetas y abrigos, una chaqueta, un abrigo, dos o tres tachuelas sueltas lista para ser arrojadas o puestas ante cualquier impulso que sienta o ante cualquier imprevisto. Esta mañana cuando tomó el tarro sintió que estaba vacío, recordó la noche anterior en la que el tarro se desocupó ante una hilera de carros que esperaban haciendo estorbo en la calle, quitando espacio para caminar esperando a que acabase algún evento, algún show, como una comida o algo así. Hubo una tachuela para cada carro y Silvia recordó que se tomó el tiempo necesario para asegurarse que cada tachuela quedara bien puesta, que no se desperdiciara ninguna, que en cualquier momento de la noche o a más tardar de la mañana siguiente, la llanta estuviera sin aire. Fue a buscar entonces en el tarro grande y rellenó el de salir. Se puso encima el abrigo negro, más que un abrigo parecía una capa, y salió a la calle, al día frío, gris-verdoso y plomizo. Para su sorpresa no se encontró con ningún carro que ameritara una tachuela en varias calles luego que empezó caminar, hay que escoger, siempre hay que escoger porque de lo contrario Silvia no tendría un solo momento de descanso ante lo irremediable de suelo asfaltado. Mientras caminaba recordó el día en que entendió que su tarea no consistía en acabar con nada sino en pinchar llantas, simplemente, como una labor cotidiana ejercida durante toda su vida, de pronto se quedó rígida en la calle frente un pequeño coupé plateado, aderezado todo para parecer un auto de competencia, algo más horrible y más inútil. Con el pulgar de la mano derecha Silvia retira la tapa del tarro adentro del bolsillo y se decide por tres tachuelas; dos en la llanta izquierda delantera, y una en la trasera derecha. Silvia las deja y se retira a un lugar para observar quién es el dueño del carro que ha intervenido como ella misma dice. Luego de una media hora, un hombrecito de un traje apretado y sudoroso, desactiva el sistema de seguridad, ¡bip!, Silvia espera de pié en la acera al otro lado de la calle, el motor se enciende y el carro arranca, Silvia escucha como por lo menos dos de las tres tachuelas se clavan, espero que sea una en cada llanta y no sólo las dos delanteras, mejor dos que una, luego Silvia se retira dejando caer los pasos y una sonrisa llena de orgullo y satisfacción por la labor cumplida. Dos calles más adelante Silvia se encontrará con una patrulla de la policía y se decidirá por cuatro tachuelas, es una labor difícil sobre todo si la patrulla está vacía, pero Silvia siempre ha sido valiente y sabe como tomar riesgos, y además siempre ha tenido suerte con los tombos; nunca nadie dijo que una labor por ser cotidiana fuese ligera, tranquila, es más bien todo lo contrario, sobretodo después que has comenzado, que has arrojado la primer tachuela….

j.r.r.

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