lunes, 1 de junio de 2009

Príncipe de Gales

La cosa nació como un destello mágico. Cada segundo inspiraba el siguiente casi sin proponérselo. El viento pasaba y traía tanta risa, tanto de eso de entenderse con la mirada pero también con las palabras, y con el tacto, ah el tacto, eso si que resultaba bello. Luego llegaron y volaron misivas como escritas por algún inquilino atrincherado en medio de la confusión. Se escribió en diferentes lenguas, recuerdo tener que recorrer calles rotas y malolientes buscando un viejo abuelo de Burma para después retorcerme de la risa con alguna de sus aseveraciones crueles pero leves, de ese humor que no puede ser negro sino como rosa subido, como fucsia que sale en camiseta y medias interrumpidas por chicle o lycra, dependiendo del dialecto, porque también se escribió en diferentes dialectos, unos tan obvios que había que ducharse para liberarse de la melcocha que lo había terminado por envolver a uno, en cambio otros tan emocionantes! a mi me gustaba que me llamara Konsomola y se despidiera en ruso, con letras que puestas frente al espejo no eran mas que graciosas frases dibujadas con la rectitud de esa nación que hasta en su caligrafía se le puede ver tan rígida y distante.

Siempre supe que algún día las misivas se iban a acabar, sentía mas que miedo, algo así cómo un constante interrogante, qué iba a ser de mi entonces, a dónde habría que ir, y las cartas? tendría que deshacerme de ellas a como diera lugar, pero era justo desaparecer tanto de literatura, de gozadera, como discos de vinyl llenos de canciones dedicadas a lo no importante para poder decir entonces dos palabras importantes que yo descubría después de visitar tantos escenarios casi como alucinando y volverme bruja para poder entender que la mezcla de ascanio y nitrato de sodio da como resultado ir a Mercury Street a buscar otra misiva que me llevaría a comprar almendras cubiertas con chocolate para poder comunicarle urgentemente que era preciso moverse pues ya alguien había estado haciendo preguntas sobre mi extraña presencia en ese conventillo y no era prudente, por más que nos gustara tanto como se filtraba la luz por el zaguán y el cerezo entonces nos regalara sombras cambiantes sobre los azulejos de altar que quién sabe por qué terminaron en ese zaguán, de ese conventillo.

Y entonces me la encuentro bajo el puente vestida de burguesa, con ese abrigo príncipe de gales tan viejo pero que le entallaba tan elegantemente la cintura, que nadie podía en medio del asombro y el suspiro, más que darle el paso o echarle una de esas miradas llenas de envidia y admiración. Pasa cerca de mí, yo ya la había divisado, me acuerdo tanto la tarde que encontramos ese abrigo colgado en el perchero del café nuevayork, donde siempre salíamos con una tartaleta de limón que nos devorábamos en minutos para después sentarnos en una banca a disfrutar de esa avenida tan bella, siempre, menos ese día que tuvimos hasta que olvidar la tartaleta para poder salir rápidamente sin despertar sospechas y luego correr muertas de risa sin parar, hasta el zaguán, que ese día le entraba el sol como nunca e iluminaba el minúsculo hilo plateado que sirvió como seña para reconocer que se trataba de un paño real príncipe de gales y por ende había que aprovechar y no dudar. Cuando la vi bajando la alameda para pasar debajo del puente brilló una vez más el hilo plateado entonces supe que entre la gente como nosotras no había coincidencias aunque la verdad fuera que no era difícil suponer que a esa hora de la tarde yo iba a cruzar el puente por debajo buscando algún pedazo de madera podrido que me sirviera para el collage del momento.


Entonces pasa con cuidado, que las alas no se rompan al volar-,
me dice susurrando al oído e inmediatamente grita, oh no, otra vez dejé olvidado el paraguas! Y corre de vuelta mientras las miradas la siguen y el hilo plateado delinea la cintura. Vaya, habría que ir grabándolo todo en la vida para no olvidar esos momentos donde lo realmente importante se vuelve advertencia y también poesía, pienso.
Y entonces vuelvo al conventillo, me siento en el mismo murito mientras leo una novela policíaca poco interesante, vislumbro de reojo el zaguán y las sombras del cerezo. Portazo. Pasos de esos tipos corriendo como suelen correr, chocando las botas fuerte contra el piso. Sigo mirando de reojo las sombras del cerezo, y con esta luz tan bella de las 5 de la tarde, pienso un poco melancólica. Pasos apresurados trastabillados. De reojo la veo entre tantas manos que la sostienen fuertemente.
-Allá donde voy no entra la luz. Tu, quieres un verdadero príncipe de Gales? Se sacude fuertemente las manos que la sostienen, se quita el abrigo y lo deja tirado ahí mismo, en el zaguán. Pasos apresurados y enredados de los tipos y suyos. Dejo el reojo y miro fijamente como el hilo de plata empieza a brillar y a jugar con las sombras del cerezo.

Siento el camión alejarse y entonces me levanto y recojo el príncipe de Gales, veo como me marca la cintura que casi el cerezo canta, me abrazo. Manos a los bolsillos. Misiva. Oh, fantástico ahora encontrar quien hable serbio.


SILVIA OJEDA
Julio 13, 2008
Teusaquillo.

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