Emanuel, el amor, el puro amor
Cuando leas esta carta tal vez mis ojos
tengan algunas líneas marcadas abajo, arriba, a los lados. Ese día tal vez no
recordaré, como hoy, cada detalle del día que en medio de la incertidumbre y la
confianza infinita, mi cuerpo se abrió sin reservas a la magia de la vida, esa
que cambió radicalmente cuando decidiste venir, llegar… abrir tus ojos grandes
y mirarme con esa mirada que se estamparía por siempre en mi memoria.
El mundo al que llegaste, Emanuel, se
gasta todos sus esfuerzos en hacernos sentir miedo e insiste cada día en que
perdamos la confianza que de la misma tierra hemos heredado. Buscarte,
concebirte, esperarte, parirte y criarte es un ejercicio diario de confianza,
de regreso a la fuente. El miedo siempre hace su aparición, así que tomar la decisión de confiar en el poder
natural que llevo dentro y dar a luz en la intimidad de mi habitación, fue el
primer gran desafío de nuestra historia, Emanuel.
Al principio, además de una grandísima
emoción por la noticia de saberte en mi pancita, sentí curiosidad, cómo será el
parto? Recordé un video que había visto en el cual una mujer paría mientras
cantaba y entonces entendí que tu primer contacto con el mundo sería diferente
si al llegar encontrabas una mamá cantando y no una mamá gritando, decidí
intentarlo. Escribí un correo y empecé a investigar sobre la técnica para parir
cantando, canto carnático se llama.
Después de buscar encontré a quien sería
tu primera hada madrina, Gabriella Aviva, quien acepto viajar desde Palma de
Mallorca para enseñarme a parir cantando. Lo que yo no sabía es que no solo me enseñaría el canto sino la
importancia de confiar en mi poder, en tu poder y en la magia del nacimiento
respetado en medio del amor, lejos de los hospitales, las agujas, las lámparas
de quirófano…
Gabriella nos habló del nacimiento sin
violencia, de los beneficios para la madre y el hijo de estar juntos tras el
parto. Entendí que no quería que nadie nos separara una vez estuvieras fuera
del vientre, entendí que tu tampoco querías. Entendí que nacer es la primera
decisión que tomamos en la vida estando aun en el vientre materno, permitir una
cesárea era quitarte la posibilidad de tomar tu primera decisión en la vida.
Entendí que cuando un bebé recién nacido llora
desconsolado y su madre no está cerca para consolarlo (pues está en otra
habitación del hospital) y nadie lo consuela sino que es ignorado por todo el
equipo médico que en vez de respetar su tiempo de acoplamiento al nuevo mundo,
lo pone en bandejas frías, lo limpia con aceite johnsons, lo pincha con agujas,
le limpia los ojos, lo aspira…se está ejerciendo con el bebé un acto de
represión. Entendí que no quería eso para ti, Emanuel.
Después llegó a nuestra vida, tu segunda hada
madrina, nuestra partera, Carolina Zuluaga. Carolina confió en nuestro poder,
nos dijo incansablemente que si podíamos, que teníamos la fuerza para hacerlo.
Nos acompañó desde el 5 mes de embarazo, nos masajeó, conoció y reconoció mi
cuerpo a través de nuestras consultas así que el día que decidiste llegar no
fue necesario ponerme ningún monitor electrónico, Caro podía ver en mi cuerpo
que estabas próximo a nacer. La paz que Carolina lleva consigo a donde va, se
sembró en el corazón de papá y en el mío. Una noche antes de dormir, decidimos
que íbamos a darte el primer regalo de tu vida, un nacimiento respetado, en
medio de la intimidad de nuestro hogar, lleno de amor y confianza, esa noche
decretamos desterrar el miedo de nuestras vidas y recibirte aquí en el mismo
lugar que con amor fuiste concebido.
Un sábado en la mañana, ya con una panza
tan grande que parecía que iba a reventar, salí a despedirme de tu tía Juana
que viajaba a Berlín. Antes de subirme al carro sentí la primera señal de tu
llegada, una emoción inmensa se albergó en mi corazón, una alegría que se alojó
para siempre en mi.
Esa noche, como todas, canté… sentí una
contracción, la primera, también la canté. Me acosté pensando que pasaría la
noche con contracciones y sería una noche larga, pero no fue así. Me venció el
sueño, dormí plácidamente hasta el día siguiente. A las ocho de la mañana llegó
Carolina, me hizo unos baños de plantas medicinales, me dio un agüita aromática
y me dijo que tenía que caminar 20 cuadras. Con la panza en ese estado, caminar
20 cuadras era algo que me parecía imposible, sin embargo no tenía nada mejor
que hacer, así que con toda la calma del mundo me vestí para salir a
caminar. Antes de salir, a las 11 de la
mañana, sentí la segunda contracción, fuerte, la canté. Caminamos por el parque
las 20 cuadras, cada que venía la contracción, la cantaba. El canto me ayudaba
a sobrellevarla, no gritaba, no me contraía, no me retorcía, gracias al canto
fluía con el dolor que obviamente se iba incrementando.
Regresé cansada y me recosté, dormía de a
15 minutos, la contracción me
despertaba, la cantaba y volvía a dormir. Pasaron 3 horas tranquilas en la
cama, cantando las contracciones. A las tres y media quise meterme a la bañera,
allí el agua caliente hizo su efecto analgésico y las contracciones que ya estaban
mas fuertes y seguidas, se volvieron llevaderas. Canté y canté. Salí de la
bañera cansada y me recosté de nuevo, nunca llevé la cuenta de las
contracciones ni de el tiempo que duraban, el canto me permitía entrar en un
limbo meditativo que me iba elevando. A medida que se hacían mas seguidas las
contracciones se hacía mas seguido el canto, de tal manera que llegó un momento
que no paraba de cantar y estaba en un estado de inconsciencia consiente,
podría llamarlo. El canto carnático se
basa en la teoría que nuestra garganta es igual que nuestro cérvix y además
están conectados energéticamente. Si aprendes a relajar la garganta, relajas
igualmente el cérvix y permites la dilatación. A diferencia del grito, que lo
que hace es contraer y por ende puede ayudar a que la dilatación se pasme y el
parto dure mucho tiempo.
A las siete y media sentí un contracción
muy fuerte y muy larga. Sentí desfallecer, papá vino y me abrazó, me transmitió
su fuerza, me recordó el poder que tenemos y la luz que producimos cuando
estamos juntos, como familia, saqué fuerzas de mi centro de poder y decidí que
lo iba a lograr. El parto había empezado. Carolina y Camila (otra hada madrina)
ya estaban listas, el cuarto estaba listo, habían dispuesto todo para tu
llegada. Las contracciones eran demasiado fuertes, sin embargo el dolor ya no
era el protagonista de esta escena, tu venías descendiendo por mi cuerpo y eso
me llenaba de luz y fuerza. Carolina me dice que puje cuando venga la
contracción, viene la contracción pero yo no sé pujar así que no pasa nada.
Cambio de posición, voy a una silla para partos indígenas que me habían
prestado, trato de pujar, tampoco pasa nada. Me siento en un balde, hueco, al
venir la contracción pujo y siento como tu cabeza se encaja entonces mis
piernas se despegan desde la cadera… siento una metamorfosis increíble, estás
naciendo! El dolor es cada vez mas intenso, siento que estoy muy agotada y no
quiero pujar más, Carolina me dice: estás a punto de terminar, tócate, siente
la cabeza de tu bebé. Entonces estiro el brazo y me toco y si, te siento, toco
tu coronilla, saber que allí estás me renueva la fuerza, viene la contracción,
Carolina le dice a papá donde poner sus manos, pujo con fuerza y tu cabecita
sale. En ese momento siento como si tu
paso me quemara por dentro, es una sensación de ardor muy fuerte, un dolor muy
intenso. Quiero pujar, Carolina me dice, no pujes, no pujes, protege tu zona
perineal. Debemos esperar que te rotes un poco porque o sino, tu paso puede
rasgar mi periné, esperamos unos minutos que en ese momento parecieron eternos
dado el dolor, te rotaste, cuando te volteaste, Carolina me dijo, ahora si,
puja, puje fuertemente y terminaste de nacer, eran las diez y cinco de la
noche.
El canto carnático, el acompañamiento de
Carolina y todas las clases de Unkay hicieron que tuviera contracciones muy
llevaderas que no sufrí y un trabajo de parto corto, de dos horas.
Apenas naciste te pusimos en mi pecho,
sentiste mi corazón latir junto al tuyo, mamaste de la teta y allí te quedaste,
plácido, en nuestra camita, juntos, abrazados con papá, inmensamente felices.
Llegaste en medio del canto y la confianza infinita y tu llegada permitió
conocer a la guerrera que habita dentro de mi y al guerrero que habita dentro
de papa y dentro tuyo. No me alcanzará
la vida para agradecerte todo lo que has venido a traerme, sobretodo poder
conocer el amor puro. Cuando naciste entendí que la expresión “hacer el amor”
tiene sentido.
Eres nuestro maestro y naciste en el año
del dragón. Te amo maestro dragón.
Silvi Ojeda
Septiembre, 2012
Gracias de todo corazón....
ResponderEliminarMaravilloso relato...
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Lopo
Hermoso Regalo Silvie!
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